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Tendencia pedagógica que trata de salvar al máximo la libertad del educando de forma que sean sus decisiones las que configuran su propia educación y no las normas externas.
La no directividad es un estilo educativo y no una metodología, un sistema o un proyecto bien definido. En cuanto estilo afecta a multitud de formas, campos, acciones y objetivos. La idea inicial se vincula con Karl Rogers (1902-1983), psiquiatra americano que entendió, en sus obras ya clásicas, "Psicoterapia centrada en el cliente" o en "Counseling y Psicoterapia", que la solución de los problemas personales pasa por el protagonismo del propio enfermo. Luego lo aplicó a los demás terrenos relacionados con la personalidad, sobre todo en el educativo. No basta que las mejoras vengan de fuera si el individuo no se compromete en ellas. La educación debe ser protagonizada por cada uno o queda reducida a un barniz.
1. No directividad pedagógica
Así surgió la idea "pedagogía no directiva" que es paralela a formación autónoma, a promoción libre, a compromiso personal. Esa idea se diversifica en multitud de otras líneas de acción, que van desde el anarquismo pedagógico más riguroso, como el de Everett Reimer o Ivan Illich, hasta el personalismo más juicioso de Manuel Mounier, pasando por el naturalismo de A.S. Neill o la pedagogía critica de Lorenzo Milani.
El común denominador de todos los sistemas liberales en pedagogía ha sido siempre la no directividad. Pero en los finales del siglo XX esa preferencia se convierte en axioma pedagógico, como efecto de la sociedad más permisiva y las diversas revoluciones tecnológicas que irresistiblemente se difundieron.
La pedagogía no directiva, más liberal que impositiva, más naturalista que racionalista, más individual que colectiva, estuvo latente desde Kant hasta Froebel y Herbart, como eco lejano del racionalismo cartesiano y del empirismo de Locke, que luego darían el sestimentalismo de Rousseau, el idealismo de Pestalozzi o el liberalismo de Tolstoi. Se justificó por las exigencias científicas de Spencer o con el utilitarismo de Stuart Mill.
Albergó posturas tan dispares como la pedagogía católica de los personalismos del siglo XX, al estilo de G. Marcel, de H. Bergson o de M. Mounier. Pero también se nutrió del naturalismo cristiano de María Montessori y de O. Decroly o del socialismo de Paolo Freire.
Sin todos estos nombres y corrientes en la subconsciencia apenas si podremos entender la "pedagogía no directiva", con su carga de liberalismos y con sus utopías de autonomía y de protagonismo individual.
Su ideal se orienta a promover una escuela y una actividad didáctica autogestionadas en lo posible. Se intenta otorgar a los alumnos y a los grupos una función instituyente. No bastan los métodos activos. Se busca otros estilos, en los que el profesor no trasvasa sus saberes a los escolares, sino que actúa de catalizador o de mediador para que ellos los cultiven y los disfruten
2. No directividad catequística.
Si en la tarea educadora la no directividad presenta unos valores innegables y abre caminos a formas organizativas con mucho de provechoso, al mismo tiempo que de arriesgado, en lo relacionado con la educación de la fe, con la instrucción religiosa, con la vida moral y la práctica de la virtud, la no directividad reclama otras reflexiones.
En primer lugar la doctrina cristiana, el mensaje, no se busca por propia cuenta. Es preciso hallar lo que ya Dios ha dicho. Se puede opinar sobre las medicinas más oportunas, pero no sobre el ideal de la salud. Los caminos para encontrar la verdad divina pueden ser muchos y el grado de adhesión al mensaje cristiana puede ser diverso. Pero el mensaje como tal es innegociable. Lo mismo se puede decir de la moral. Se puede reclamar la libertad de obrar el bien o el mal. Pero el deber del educador es educar en el bien, para que la libertad se adhiera a él. No basta educar en la libertad para que se haga el bien o el mal a simple elección, al menos en las edades en las que la persona no tiene la suficiente formación.
Fuera de esas limitaciones, también la "no directividad" puede y debe ser una ayuda en la educación de la conciencia y de la creencia, de la fe y de la vida de piedad evangélica
Las razones son evidentes:
- La fe es una adhesión libre y amorosa a una persona en la que se cree y a la que se ama. El amor no se impone, se ofrece. La adhesión sincera no se improvisa, se conquista.
- La fe no puede ser fruto de una programación racional que conduzca lógicamente a ella, sino regalo inesperado que se alcanza gratuitamente.
- La libertad de conciencia no se razona, sino que se descubre por la experiencia y se alimenta por las obras buenas y no por los silogismos.
- La naturaleza del mensaje cristiano es ser ”buena noticia” (eu-angelo), que se asimila de manera libre y responsable cuando se ha recibido la gracia divina. La misión del educador no es "educar la fe", sino de preparar a la persona, su inteligencia, su afectividad, su voluntad, para que Dios actúe en el fondo del espíritu.
Todo esto es lo que podemos entender por "catequesis no directiva", sobre todo si lo oponemos a mero proselitismo religioso, a apologética adecuada a cada edad, a la erudición más que a la persuasión, a la sumisión más que a la adhesión, a la docilidad más que a la amistad.
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3. La fe no es directiva
Si la fe en la verdad no puede ser "directiva" por lo que se refiere a la verdad, sí lo puede y debe ser por que se refiere a la adhesión, que es el gesto de un espíritu libre y el descubrimiento de un don que se ofrece gratis y que se acepta o rechaza libremente para cada persona.
Por eso Pío XI, en la "Divini Illius Magistri", definía educación como "cooperación con la gracia divina para hacer del hombre un cristiano firme en la fe e instruido en las verdades religiosas".
Y el Concilio Vaticano II proclamó que "los niños y jóvenes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal... Y tienen derecho a que se les incite a conocer y amar más a Dios." (Grav. Educ.1)
La no directividad aplicada a la catequesis tiene ese sentido de búsqueda y hallazgo, de deseo y de conquista, de esperanza y del gozo de haber conseguido lo que se esperaba.
Cuando se educa la fe de esta forma, el hombre se siente libre para acogerla y entonces no acontece lo que en muchos cristianos superficiales sucede: que cuando llegan a adultos consideran las enseñanzas infantiles como superadas y se sitúan en una postura de agnosticismo y de superación de lo ingenuo. Como si la fe en el mensaje y el amor al Dios que lo anuncia fuera "cosa de niños" y no propiamente de mentes maduras, de conciencias libres y de personalidades sanas y conscientes de su autonomía.
Tal vez una catequesis y una educación religiosa no directiva evitaría esas situaciones o disminuiría su número. Es evidente que palabras como respeto, libertad, intimidad, diversidad, pluralismo, están en la base de esa forma educativa, sin llegar a caer en indiferentismo, en agnosticismo, desinterés, apatía, indolencia, abandono y desgana espiritual.
No es fácil situarse en el punto justo de los comportamientos, probablemente porque ese lugar mágico no existe.
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